Otro aspecto del
carisma franciscano es el
Encuentro con Dios, o dicho con
otras palabras la Oración.
Francisco,
descubrió a Dios en la oración, tal vez
inconsciente en la prisión de Perugia;
se encontró con Dios en la ermita de San
Damián; y reconoció el estilo de vida de
su vocación orando en la iglesia y
abriendo el Evangelio.
Por eso Francisco
da una importancia vital al encuentro
personal con Dios. Por eso, en la Regla,
pide a "los hermanos que…
(el trabajo...) no apaguen el
espíritu de la santa oración y devoción,
al cual deben servir las demás cosas
temporales." (2R 5,2).
Nada de nada,
especialmente el trabajo u otras
ocupaciones tiene que perturbar la
oración personal y comunitaria, pues en
ella se fundamenta y desarrolla nuestra
vocación. Todo lo que haga tiene que
favorecer este encuentro personal con
Dios, de lo contrario no tiene sentido
nuestra vida.
Esto para Francisco
era esencial y su ejemplo lo
atestiguaba, pues era tan frecuente los
momentos de intensa oración que se dice
de el que era “un hombre hecho oración”.
Sabía que para poder ser fiel a su
propia vocación tenía que orar mucho;
sabía que para poder predicar el
Evangelio, primero tenía que estar lleno
de Dios, y para eso la oración era el
mejor medio. La activad apostólica no
está reñida con la oración, al contrario
se complementan y necesitan. Francisco
quería más orar que predicar, pero Dios
le hizo ver que lo llamaba para
predicar, y para ello tenía que estar
antes lleno de Dios.
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