Francisco era un
joven normal, lleno de vitalidad y de
sueños. Era amigo de todos,
muy desprendido con sus
bienes, y muy alegre
y cortés en su relación con
todos. Por ello era considerado en Asís
como “el rey de la juventud”. Podríamos
definirlo como “un líder juvenil”.
Francisco también sobresalía por el deseo de ser
caballero. El no
pertenecía a una familia de nobles, sino
de comerciantes. Por eso Francisco,
empujado por su padre y sus amigos,
buscaba títulos de nobleza, y servir
a un gran "señor", para poder
conseguirlos. Y la mejor manera era
unirse al señor feudal de Asís, que
había declarado la guerra a Perugia, la
ciudad vecina y enemiga.
Pero Dios tenía
otros planes para él, y aquí comenzaron
a fraguarse. Ya dice un refrán: El
hombre propone y Dios dispone. Veamos lo
que ocurrió. Francisco y sus paisanos
fueron a la guerra y sufrieron una gran
la derrota, y todos fueron
a la prisión. Allí estuvo
encerrado durante muchos meses, pasando
toda clase de calamidades. Y fue allí,
en la cárcel, en la soledad, y por medio
de la lectura, clandestina, del
evangelio, como su vida comenzó a
cambiar. Empezó a comprender que había
otro “Señor”, con mayúsculas, distinto
al “señor”, con minúsculas, de Asís. Ese
nuevo Señor, era Dios, el único
Señor, el que le llamó a
servirle a Él, y solamente a Él.
Aquí comenzó el
gran cambio de vida de Francisco.
Comenzó lo que podríamos llamar nosotros
su nuevo camino de búsqueda y de
discernimiento. Lo iremos viendo poco a
poco en los siguientes paneles.
 |