EM vidas que dejan huella
fray carmelo de la punta,
«Tío
melo»
Uno más entre los indios Motilones
Por
Vicente Taroncher Mora

Indígenas Motilones a quienes el "tío Melo"
dedicó la mayor parte de su vida misionera.
Origen de un nombre: «Tío Melo».
La
Sierrita es un bello caserío colonial, de
clima medio, que contrasta con el clima
cálido y tropical de la Guajira y de los
valles de los ríos Ranchería y Cesar, esta
situado en las estribaciones de la sierra
Nevada de Santa Marta, donde los capuchinos,
llamados a fines del siglo
XIX
por el obispo samario Mons. José Romero,
establecieron un centro misional para poder
evangelizar desde allí a los indios aruhacos
y coguis, esparcidos por toda la sierra
Nevada. Al frente del primer equipo
misionero que se estableció en La Sierrita
en enero de 1894, estaba el R Francisco de
Orihuela, que trabajó incansablemente por
el progreso material y espiritual de los
indios. En 1914 el centro misional fue
convertido en orfelinato mixto; al frente de
los niños estaban los misioneros y al frente
de
las niñas las Hermanas Terciarias
Capuchinas. A partir del año 1930, el
orfelinato fue trasladado a San Sebastián y
el edificio reconvertido en seminario
seráfico. En ambas modalidades trabajó Fr.
Carmelo en La Sierrita en sendas
oportunidades que allí fue destinado.
La Sierrita siempre había
sido un remanso de paz. Allí bajaban los
indios con sus muías cargadas de sacos de
café y otros bienes autóctonos para
canjearlos por productos que les ofrecían
los civilizados. Ambos pueblos, el criollo y
el indígena, vivían en perfecta armonía,
facilitando el progresivo desarrollo de
ambas comunidades. Hoy todo ha cambiado. De
un tiempo a esta parte se ha apoderado de la
región el MLN de la guerrilla colombiana.
Para llegar a La Sierrita hay que pedir
salvoconducto a los guerrilleros. El pueblo
ofrece un panorama desolador, la casa misión
está casi totalmente derruida Y cuando uno
quiere visitar la iglesita de la Virgen del
Rosario y la silla donde el P. Francisco,
según la tradición, se sentaba a oír
confesiones, por lo que sienten gran
devoción los serritanos y gentes de la
comarca, la sacristana se lo enseña con
recelo. Y la poca gente que hay en el
pueblito, se esconde, le miran con
desconfianza y uno tiene que apresurar el
viaje de regreso.
Allá por el año 1925 (eran otros tiempo) nos
encontramos en La Sierrita a nuestro
personaje de hoy, Fray Carmelo de la Punta
de Valencia, trabajando en el centro
misional. Era suprior del centro y director
del internado el P. Estanislao de Riohacha
(que junto con el Padre Domingo de Riohacha
fueron los primeros colombianos que
ingresaron en la Orden Capuchina y vivieron
integrados en la Misión hasta su muerte).
Había en el centro unos cuarenta muchachos,
en su mayoría indígenas de la sierra. El P.
Estanislao ejercía como maestro y Fr.
Carmelo, ayudado parcialmente por los
muchachos del internado, se dedicaba a la
huerta y a los trabajos de albañilería. Fr.
Carmelo, forjado laboralmente en plena
huerta valenciana, era un experto
agricultor. En los bancales, que cultivaba
junto al río Cesar, se producía toda clase
de hortalizas propias del terreno: plátano,
yuca, papa, fríjol, ñame, arracacha, etc. Y
toda clase de árboles frutales, plantados
por el propio Carmelo, con los que abastecía
las necesidades del internado. Y, lo más
llamativo es que Carmelo, sin entender nada
de albañilería, agudizando su ingenio,
reconstruyó el edificio del internado con
paredes de bahareque (cañas, barro y cal) y
techo de madera y zinc.
El
internado de La Sierrita, gracias al
carácter bondadoso de Carmelo, funcionaba
como una familia. El P. Estanislao era el
padre; las monjitas hacían el papel de
madre. Y los muchachos no se resignaban a
llamar a Fray Carmelo con el prefijo de Fray
o de Hermano; querían para él algo más
expresivo y próximo, y un día le propusieron
llamarle TÍO, lo que el bondadoso Carmelo
aceptó complacido. Desde esa fecha el nombre
de batalla de Fray Carmelo, tanto en La
Sierrita como en el resto de la Misión,
sería el de TÍO MELO. Carmelo era el alma
del internado: él acompañaba a los muchachos
al río para el baño, él les acompañaba en
los paseos de los jueves, él suplía al padre
cuando se ausentaba en sus frecuentes viajes
apostólicos, etc...Los chicos se sentían
felices con él. Un antiguo alumno del
internado -Alfonso Aragón-, me decía no hace
mucho tiempo: "Nosotros ansiábamos que se
ausentara el P. Estanislao para quedarnos
con "tío Melo", que siempre tenía alguna
cosita para darnos, o una historieta que
contarnos o una sonrisa en nuestras
travesuras...".

Fr. Carmelo en sus Bodas de Oro
como religioso. Codazzi, 1955.
Datos biográficos
Tío Melo - Fr. Carmelo - nació en el caserío
marítimo de la Punta (Valencia) el día 7 de
enero de 1883. Se le puso por nombre Ramón.
Su madre, Vicenta Real, murió a
consecuencias del parto. Su padre, José
Rodrigo, le educó cristianamente y desde muy
jovencito lo dedicó a las faenas agrícolas.
Desde muy joven sintió la vocación religiosa
que él alimentaba colaborando con el cura
párroco y acompañando a los hermanos
limosneros de la Magdalena (Massamagrell)
que llegaban a La Punta. Terminado el
servicio militar, a los 22 años, ingresó en
la Orden Capuchina con el oficio de
hortelano. Ante la demanda de misioneros, se
ofrece voluntariamente para ir a Misiones,
incorporándose a la Guajira, junto con los
PP. Ildefonso de Murcia, Ángel de Carcagente
(En Misión N°3) y Fr. Bartolomé de
Cetla el 26 de junio de 1920.
Primer destino: los indios motilones.
Ya
en Riohacha, es destinado a los indios
Motilones Yukos de la zona de Codazzi para
acompañar al célebre "Número Uno de los
Misioneros", como calificaría Monseñor
Atanasio Soler al P. Camilo de Ibi. Con él
pasó los primeros años de misionero. Él fue
su maestro, director y padre espiritual. Del
P. Camilo aprendió a amar entrañablemente a
los indios y a agudizar su espíritu de
observación para penetrar profundamente en
la cultura indígena de los motilones. Fr.
Carmelo, un hombre de escasa cultura
académica, pues a penas había estudiado unos
cursos de primaria en la escuela de su
pueblo, se convierte poco a poco en un
hombre imprescindible en marcar las
directrices pastorales en el trato con los
indios motilones.
En esta primera etapa tiene
la oportunidad de adentrarse en la cultura
indígena y chapurrear el idioma yuko.
Acompañaba al P. Camilo por las distintas
rancherías de los indios esparcidas por toda
la sierra de Perijá (San Jenaro, Sokorpa,
Sokomba, Sikakao, San José, La Cumbre,
Sikarare, El Milagro, etc...). Incluso, en
ocasiones, le tocaba estar sólo. Estando en
Becerril con el P. Camilo les llega la
noticia de que el temporal ha arrasado la
casa misión de la sabana de San Jenaro.
Carmelo es enviado a arreglarla. Pero
estando allí arrecia el temporal, los ríos
bajan crecidos y las sendas borradas por el
desbordamiento de las aguas. Carmelo queda
aislado durante siete meses del mundo
civilizado, tiempo que aprovecha para abrir
una escuela, mejorar la agricultura de los
indios y hablarles de Papachí Jesús y
Mamachí Pastora. Identificado
plenamente con los indios, al igual que
ellos, se alimenta de maíz hervido sin sal y
lirios amargos chamuscados al fuego. Al
finalizar el invierno, después de siete
meses de soledad, renace la esperanza en el
alma del misionero: pasa por San Jenaro el
P. Camilo con una expedición que se dirigen
a Sikakao y a los quince días está de nuevo
de regreso. Dialoga ampliamente con el P.
Camilo, que le pide que siga en San Jenaro.
Y Fr. Carmelo, ese hombre fuerte como un
roble, casi derrumbado, comenta:" Todos se
fueron y yo me quedé sólo en San Jenaro. Si
alguna vez he hecho oración fervorosa y he
tenido el don de lágrimas, fue entonces. Me
resigné y Dios me consoló".
De
nuevo en Codazzi.
Ya
curtido misionero, los superiores le
destinan a ejercer labores domésticas
sucesivamente en los recién inaugurados
orfelinatos de San Sebastián y La Sierrita,
para incorporarse definitivamente a Codazzi
a partir del año 1935. Desde entonces,
Codazzi se convertiría en su hogar, su
delicia, el objeto de sus amores. En
Codazzi, a parte de atender a los niños del
internado y a los indios que con cierta
periodicidad bajan de la sierra, se dedica a
cultivar la huerta de la Trinidad, contigua
al orfanato, "que estaba hecha un esqueleto
e invadida por cerdos." Fr. Carmelo la
convierte en un vergel aprovechando el
canal, que desde el río Espíritu Santo
conduce las aguas hasta el actual Codazzi y
que fuera construido por el P. Andrés de
Oliva, al fundar el pueblito en el siglo
XVIII.
En
la finca construye varias acequias que
riegan los distintos bancales y produce en
abundancia las hortalizas propias del
terreno.
Uno de los cultivos que más llamaba la
atención era el del arroz, cuya primera
semilla fue importada por los misioneros
desde Sueca (Valencia). No se conocía en la
región esta clase de cultivo, y pienso que
es la región pionera en toda Colombia.
Constantemente la huerta de tío Meló
era visitada por agrónomos de la región que
quedaban admirados de la fertilidad del
suelo y de la mano maestra del agricultor.
Hoy ese pedazo de la huerta de Valencia ha
desaparecido. La fiebre del algodón y la
necesaria ampliación de la población, que
pasó rápidamente, en pocos años, en la
década de los cincuenta, de 2.000 habitantes
a 60.000, obligó al obispo bueno Mons.
Vicente Roig a parcelar la finca y
convertirla en terreno urbanizable.
El
Cuaderno de sus experiencias
misionales.
En
1947 Carmelo recibe el mandato del Superior
Regular de escribir sus memorias misionales.
Con toda humildad pone manos a la obra, a
pesar de cometer tres faltas de ortografía
cada dos palabras. Pero nos ha dejado un
escrito interesantísimo, vivo y descriptivo
de lo que es la vida de la misión y del
misionero. Desde luego que Carmelo no es un
misionólogo, pero su Cuaderno puede
servir de base para una tesis doctoral en
misionología: Conoce a las mil maravillas la
región y la topografía del terreno, hace
avances en el conocimiento del idioma yuko,
observa el desenvolvimiento de las
costumbres indígenas, analiza la
receptibidad de los indios y se adentra en
sus distintas manifestaciones culturales;
está adornado de un profundo amor a la
misión y de un grande espíritu de
colaboración, etc...
Con el etnólogo alemán Dr. Gustavo Bolinder.
Recién llegado a Codazzi en esta segunda
etapa, Mons. Bienvenido le encarga la
delicada misión de acompañar al etnólogo
alemán Doctor Gustavo Bolinder en una
expedición científica por la Sierra de
Perijá. Acertada elección de un baquiano
del terreno y de la cultura indígena. Se
detuvieron en San Jenaro, Menastara y
Sikakao, y de vuelta por Venezuela,
regresaron a Colombia. Bolinder encontró en
la persona de este sencillo misionero un
gran caudal de datos científicos, que
recogió en su obra "Indios de los Nevados
Tropicales", y en diversos artículos
publicados en revistas científicas alemanas.

Mons. Vicente Roig y Villalba
con Fr. Carmelo de La Punta.
Apología de la oración.
Fr. Carmelo cierra su Cuaderno sobre
experiencias misionales con una apología del
poder de la oración. Como Santa Teresita, de
la que era muy devoto y asiduo lector,
quería consagrarse a la oración para lograr
la conversión de los pecadores y de los
indios. Y esa fue la misión que asumió con
entusiasmo desde que en 1967, anciano y
enfermo, regresó a España. Un año antes de
su muerte, le visitó en la enfermería el
obispo de Valledupar, Mons. Vicente Roig y
Villalba. Hablaron largamente de sus cosas,
que eran las cosas del espíritu y de la
misión. Al despedirse, Fr. Carmelo, nimbado
de ternura y sencillez, le dice al obispo:
"Papaito, ¿puedo seguir siendo su cirineo?".
Y fundiéndose en un fuerte abrazo, hasta
derramar abundantes lágrimas, el obispo le
contesta: "Tú seguirás siendo mi cirineo,
hasta el día de mi muerte".
Fr, Carmelo murió en Valencia
con fama de santidad el 4 de febrero de
1977.
* Artículo escrito en la revista capuchina En
Misión, Nº 21, enero-marzo 2004, pags.
26-28.